que es el maquillaje soap brows y cómo hacerlo

Soap Brows: cuando el jabón dejó de limpiar para empezar a embellecer

Hubo un tiempo — no tan lejano — en que el jabón tenía un rol claro: lavar. Lavaba rostros, manos, reputaciones (con suerte) y algún que otro pecado vespertino. Pero entonces, como ocurre con todos los grandes protagonistas de una revolución silenciosa, decidió rebelarse. Así nacieron las soap brows, esa técnica que transforma una barra de jabón en un escultor de cejas y convierte la rutina de belleza en una declaración estética entre lo clásico y lo subversivo.

Sí, hablamos de peinarse las cejas con jabón. Y no, no es una broma. Es más bien una forma de arte minimalista con tintes de ironía posmoderna: usar lo más básico para lograr lo más sofisticado.

Una técnica sencilla con efecto pasarela

Las soap brows no prometen transformar tu vida, pero sí tu mirada. Y eso, en tiempos de reuniones por Zoom y selfies al amanecer, es casi lo mismo. ¿Cómo funcionan? Muy simple: humedeces un cepillo, lo pasas por un jabón (mejor si es transparente, sin olor a pino navideño) y lo aplicas en las cejas como si estuvieras peinando un bonsái facial con aspiraciones de modelo.

El resultado: cejas que parecen recién salidas de una editorial de moda —levantadas, ordenadas, con ese je ne sais quoi entre natural y audaz.

Del camerino de teatro al feed de Instagram

Aunque ahora parezca una invención de influencers con aros dorados y filtros de París, la verdad es que esta técnica viene de lejos. Maquilladores de antaño ya usaban jabón para fijar cejas en sesiones fotográficas y obras teatrales. Lo que cambió fue el envoltorio: del backstage a TikTok, y de ahí al neceser de cualquiera con curiosidad estética y una pastilla de jabón olvidada.

El auge de las soap brows no responde solo a una moda. Es parte de un movimiento más amplio que rechaza la ceja ultradefinida y artificial (que en paz descanse la ceja bloque de Instagram 2016), para abrazar una belleza más libre, más honesta… aunque igual de calculada, claro.

Lo que necesitas: más intuición que inversión

No hay que hipotecar la casa ni aprender japonés para dominar esta técnica. Basta con:

  • Un jabón sólido y transparente (como el de glicerina o el de castilla; no el rosa con forma de flor que huele a abuela).
  • Un cepillo (idealmente un goupillón, pero si lo tuyo es la creatividad, un cepillo de dientes limpio también vale).
  • Agua, la de siempre.
  • Y si quieres blindar el look: un fijador de cejas.

Aplicar es fácil. Lo difícil es no enamorarse de lo que ves después.

Beneficios y efectos secundarios (como todo lo bueno)

Entre las bondades: duración de jornada laboral completa, acabado natural, volumen sin cirugías, y coste casi simbólico. Es la democratización del glamur. Pero, como cualquier idilio estético, no es perfecto. Algunos jabones pueden dejar residuos o causar irritaciones si no eliges bien. Y un exceso de producto puede convertir tus cejas en esculturas dignas de un museo de cera.

¿La solución? Moderación. Y un buen desmaquillante al final del día, no sea que la ceja dure más que tu relación.

¿Y si quiero más drama?

No hay que elegir entre la sobriedad del jabón y el dramatismo del lápiz. Puedes combinar soap brows con sombras, pomadas o delineadores para rellenar huecos y definir el arco. El truco está en el orden: primero el jabón, luego el arte. Como en la vida, donde lo esencial sostiene y lo accesorio embellece.

Para las más comprometidas con el look, existe el laminado de cejas, la versión semipermanente y profesional de las soap brows. Pero mientras eso requiere cita previa y cierta inversión, el jabón solo pide un poco de agua y actitud.

Un manifiesto natural en plena era del exceso

En un mundo saturado de filtros, correctores, contornos y perfiles quirúrgicos, las soap brows se sienten como un susurro en medio del griterío: cejas reales, ordenadas, pero sin pretensión. Una elección estética que no grita, pero tampoco pasa desapercibida.

Es, en definitiva, una técnica que rescata el valor de lo simple y lo convierte en símbolo de estilo. Como quien elige el pan tostado en un brunch de platos imposibles: menos espectáculo, más sustancia.

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